domingo, 27 de noviembre de 2016

Nuestros

     Tras cerrar la puerta de aquella habitación, el corazón me latía a mil, estaba un poco nervioso. Cerré los ojos y me detuve un momento, respiré hondo y al abrirlos nuevamente, de pronto todos aquellos sentimientos de inseguridad se fueron, porque era lo que quería desde hace mucho tiempo, por fin estábamos solos. 

     Ella estaba sentada en el borde de la cama con ambas manos puestas sobre el colchón, sus piernas cruzadas meciéndose de una lado al otro lentamente, obteniendo de esta forma, una pose muy coqueta y provocadora. Ella era de tez blanca, su cabello era castaño oscuro, tenía unos encantadores ojos color miel, traía puesta una blusa roja corta perfectamente escotada, unos jeans azules bien ajustados que moldeaban magníficamente su figura. ¡Por Dios! que hermosa es me dije. 

     Ella sonreía, y a la vez tenía su mirada fijada en mí, era dulce, muy dulce e inocente, simplemente me tenía hechizado, así como un maravilloso amanecer, que poco a poco llenaba de vida toda la habitación en la que nos encontrábamos. 

     Yo le correspondí devolviéndole la mirada, di unos cuantos pasos, me senté junto a ella, y tomando su mejilla acerqué su rostro frente al mío. Ella sencillamente cerró los ojos, y finalmente le planté un beso en sus labios color carmesí, luego le di otro, y otro aumentando la pasión en cada uno de ellos. La fui llenando de besos, a medida que recorría su rostro, al oído le susurraba un fugaz "Te Amo", mientras bajaba y deslizaba mis labios por su cuello. ¡Rayos! Olía tan bien, un aroma a mujer. 

     La sujeté contra mi cuerpo fuerte mientras regresaba a sus delicados labios, mientras la besaba fuerte, ahora plenamente besos apasionados, entre tanto, nos íbamos recostando sobre la cama. Mis manos se deslizaban lentamente por su espalda, debajo de su pequeña blusa, apretándola de esta forma más y más contra mi cuerpo para tenerla muy pegada a mí. 

     El ritmo se fue acelerando y le quite la blusa, ella hizo lo mismo con mi camisa. Entonces, nos seguimos besando apasionadamente, íbamos dando vueltas de un lado para al otro sobre la cama, a la vez que, mis manos iban acariciando cada centímetro de su cuerpo. Sentía como ella me quitaba mi cinturón, me iba desabrochando el botón del pantalón, mientras tanto yo lo hacía de igual forma con el suyo. 

     Ahora sentíamos frenéticamente tan sólo el roce de nuestros cuerpos semidesnudos, en cada caricia, en cada beso que nos dábamos. Su piel era tan suave y tersa. Solos, tan solos en aquella habitación llena de lujuria, apartados del mundo, éramos tan sólo ella y yo. Dispuestos a todo; a entregarnos en cuerpo y alma, el uno al otro. ¡Oh! Íbamos a ser tan nuestros cuando....


Relatos, erótico, impetu de letras

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