miércoles, 28 de septiembre de 2016

Transtorno

     ¡Corre! ¡No te detengas! decía una voz, mi corazón palpitaba a mil, pero ya mis piernas no podían más, mi cuerpo no daba para más, estaba realmente agotado y es que tampoco había por donde huir, era un callejón sin salida.

     ¡Vaya! Qué lugar tan bonito al que he llegado, me decía a mí mismo sarcásticamente. La habitación a la que llegue estaba adornada al parecer con una alfombra, alfombra hecha de piel humana, que adoptaba un color rojo con la sangre aún fresca de cualquier desdichado o desdichados que yacían muertos colgados del techo, me recordaba a las reses que iba a comprar al supermercado para la cena el día anterior. Las paredes estaban adornadas con cabezas humanas, con sus miembros inferiores y superiores le daban forma de cuadros perfectos, además de ojos cómplices, ojos humanos que me veían, estaban pegados por todos lados de la habitación para contemplar su arte, dirigido a quien quisiese visitar aquel tipo me decía. 

     Era una noche tormentosa y escuchaba ya los pasos de aquel monstruo, de aquel maníaco homicida, sin lugar a dudas era el fin, aquel tipo blando, infantil, ingenuo, crédulo, desaparecería y cualquier rastro de bondad con él.

     Al fin el lado oscuro, el lado psicópata de mi conciencia tomaría mi cuerpo, cobraría vida con el ferviente deseo de asesinar sin parar, el placer de oír gritos, oler el miedo mientras arranca órganos y saborea la tibia sangre que sale a borbotones de cada víctima que atrapa.
  
Relatos de terror, Transtorno




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