Otoño, época y estación del año, extravagante e insólita, la más bizarra de todas. Puedes observar mientras caminas, que los árboles cambian de color y las calles se tiñen de rojos, se llenan de amarillos y anaranjados, te divierte pisar las hojas, oír como crujen y ver como se desarman, pero hay algo más, cada hoja que cae seca de los árboles, es una inocente vida que se apaga.
El viento acompaña gentilmente en una danza inusual, una danza descoordinada a pobres almas afligidas que vagarán por siempre, soplando tan fuerte o tan suave como lo merezcan, llevándolas a indeterminados lugares lejanos, lugares extraños, lugares desconocidos, tenebrosos y sombríos.
Algunas almas con suerte logran permanecer cerca de seres queridos, estimados y apreciados, consolándolos con una ligera brisa transformada en afectivo abrazo y cálido beso, entregando de esta forma un último puñado de recuerdos a aquellos seres amados, llegando a tener paz por toda la eternidad, pues su misión en la tierra ha sido culminada. Mientras que otras prefieren quedarse en el mismo lugar donde yacen sus cuerpos terrenales sin vida, muertos por diversas causas, aquellas almas quedan de esta forma desorientadas, acumulando rabia, envidia y rencor por un cuerpo de carne que no poseen ya.
Éstas últimas realizan pactos con el ángel caído, jurando atormentar a hombres y mujeres que invaden sus espacios confinados, buscando placer, dicha en lo que hacen, pues se alimentan del miedo, del susto, y del pánico, llegando a tener demasiada, excesiva fuerza espectral del que pudieran imaginar, rompiendo las leyes naturales y prohibidas del universo. El hecho de mover objetos que no pertenecen a su dimensión, tener ese poder de dañar a míseros humanos con el único propósito de tomar su cuerpo, terminando en una posesión, para así volver a formar parte del mundo real, aquellas almas están condenadas, ya están malditas.
Así es todo lo que trae consigo otoño, inevitable otoño.
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